En Chile, más del 90 % de los colegios no cuenta con un psicólogo escolar. No es solo una cifra, es una señal de alarma. Detrás de cada porcentaje hay historias de niños que no saben cómo poner en palabras su angustia, adolescentes que se aíslan en silencio, y docentes que se sienten solos tratando de contener lo incontenible. Y mientras tanto, muchos establecimientos invierten más en cámaras y guardias que en programas de convivencia o bienestar emocional.

¿No es hora de replantear nuestras prioridades?

Una brecha que duele

Desde 2011 existe una norma que exige profesionales de salud mental en las escuelas. Sin embargo, en la práctica, apenas un 3 % de los centros educativos cuenta con ellos. El resultado: una sobrecarga emocional en las comunidades escolares que ya venían desgastadas por la pandemia, la desigualdad y la violencia.

Las cifras son elocuentes:

  • Más del 70 % de los trastornos mentales se inicia antes de los 18 años.
  • En Chile, los primeros síntomas suelen aparecer antes de los 14.
  • El promedio nacional es de un psicólogo por cada 1.200 estudiantes, cuando el estándar internacional recomienda uno por cada 250.

Este déficit no solo impide la atención oportuna, también bloquea la prevención. Y sin prevención, lo que debería resolverse con diálogo y acompañamiento termina en crisis.

El modelo del castigo

Paradójicamente, muchas escuelas han fortalecido su infraestructura de control —más cámaras, más reportes, más sanciones— pero no su capacidad de contención emocional. No hay acompañamiento, sino vigilancia. No hay conversación, sino protocolos. Esa lógica termina reforzando la idea de que el conflicto se combate, no se comprende. Y así, los síntomas escalan: agresividad, apatía, desmotivación, deserción.

De la reacción a la prevención

En Edumokia School creemos que el bienestar emocional y mental debe ser parte de la educación, no un añadido. Por eso desarrollamos tecnologías que permiten detectar señales tempranas de riesgo, acompañamiento oportuno y promover hábitos saludables desde la primera infancia.

No se trata de reemplazar al psicólogo, sino de amplificar su alcance y construir una cultura institucional basada en el cuidado y la empatía. Imagina un futuro donde cada escuela pueda monitorear indicadores de convivencia, bienestar, licma emocional y salud mnetal; donde los docentes se sientan acompañados y los estudiantes aprendan a reconocer y regular sus emociones.

Un cambio cultural posible

Urge pasar de un modelo reactivo a uno preventivo. Porque cuidar la salud mental no es un lujo, es una forma de justicia educativa. Cada vez que un niño no tiene a quién acudir, el sistema falla. Cada vez que un docente se quiebra sin apoyo, el sistema falla. Y cada vez que la escuela elige castigar antes que comprender, perdemos una oportunidad de educar en humanidad.


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